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El concepto de persona nació y tuvo su primer desarrollo en un contexto de reflexión teológica. También hoy, el diálogo entre teología y filosofía sigue iluminando el pensamiento personalista y comunitario. Prueba de ello son los tres autores que agavillamos en esta obra, pensadores del siglo XX que, entre otras, coinciden en que llevan a cabo sus aportaciones al personalismo desde la teología o en diálogo con la teología. En el caso de Emil Brunner, su estudio sobre el hombre desembocó en la pregunta por la verdad, llegando a la conclusión, frente al objetivismo de la verdad como adecuación, de que la verdad nos sale al encuentro. De esta manera, al igual que Wojtyla, pretende superar las posturas objetivistas y subjetivistas y la contraposición sujeto-objeto, pues impiden pensar a la persona. Desde nuevos fundamentos, de índole personalista, llegará a la conclusión de que el ser de la persona no radica en su ser pensante sino en su poder responder a la llamada del Tú, en su responsabilidad. Y esta respuesta siempre es histórica y personal. La verdad sobre la persona sólo se comprende en el contexto del encuentro Yo-Tú o del Tú-Yo, es decir, del encuentro con un Dios personal. Para Karol Wojtyla, son los actos los que desvelan a la persona y la llevan a su autorrealización, porque es la acción donde realiza su libertad y el camino para entender la persona. Este será el núcleo de su pensamiento, básicamente antropológico y ético. Según Wojtyla, el hombre y la moralidad pueden ser conocidos a través de la experiencia. De este modo, filosóficamente, sus esfuerzos se encaminaron a expresar lo que es la persona humana, mostrando sus dimensiones espirituales; y ello porque está interesado en fundamentar la ética, especialmente en un mundo dominado por el relativismo cultural. Indisolublemente unido a lo anterior, su pensamiento supone un esfuerzo por unir las grandes cuestiones de la fe con la experiencia diaria del hombre de hoy. En tercer lugar, el acercamiento a Hans Urs Von Bal